Las grandes historias las hacen grandes personajes. Personajes como Pepe, José Luis, David y por supuesto Gregorio.

Año 2010. Gregorio vive solo. Su madre, con la que había compartido los últimos 10 años de su vida ha fallecido. Sólo su perra, Josefina, le acompaña en los días largos, monótonos e inactivos; en sus paseos hacia ningún lugar por las calles de su barrio; en continuas esperas en un tiempo que no tiene nada que ofrecerle. La barba de Gregorio es cada vez más larga y amarillenta por el tabaco del que no prescinde gracias a las colillas que otros tiran. Vagabundea, busca en contenedores y basuras cualquier cosa que llevarse a su casa, quizá como un recurso para su aburrimiento, quizá para llenar de cosas el vacío que siente. El síndrome de Diógenes se apodera de él. Gregorio se ha convertido en un solitario insociable, abandonado de sí mismo y con un gran deterioro.

Así es Gregorio hasta que sus vecinos, movidos por una mezcla de miedo, asco y pena deciden comunicar la situación a los servicios sociales del ayuntamiento de Madrid desde donde, una vez visto el asunto, lo comunican a Desarrollo y Asistencia.

Desarrollo y Asistencia (DA en adelante) conoce los graves problemas que derivan de la soledad obligada y de la ausencia de vínculos personales sobre los que asentar la propia vida, por eso fomenta un voluntariado de acompañamiento a personas que por situaciones de vulnerabilidad están en peligro de exclusión social. Es lo que le ha ocurrido a Gregorio.

Pepe Jiménez:

“La primera visita a Gregorio no íbamos nada seguros de lo que nos podíamos encontrar. Allí apareció un hombre reservado, silencioso, vestido con andrajos y una barba larguísima además de amarillenta por todo su lado izquierdo. A su lado un perro enorme que nos amenazaba en posición de ataque”

Aquella primera visita lejos de desanimar a estos hombres recién jubilados, que han sido hechos por la vida y que están acostumbrados a mil batallas, les produjo un deseo inmenso de ayudar a Gregorio y deciden poner todos sus esfuerzos en sacarle de esta situación. Había que empezar por cortar su barba y su pelo, por su aseo personal y la limpieza de su casa, por sacar de allí las toneladas de objetos que había acumulado durante años. Después había que llevarle al médico, arreglar su boca y buscar remedio a su falta de visión para que, una vez transformado físicamente, se pudiera empezar a reeducar sus hábitos.

Pepe Jiménez:

“Lo primero que vimos necesario era sacar a Josefina de allí – cuenta Pepe – Era un buena animal pero tenía un status que no le correspondía: vivía demasiado pegada a Gregorio y nos nos dejaba acercarnos a él” , así que de común acuerdo con Gregorio decidieron darlo a la perrera municipal. “Fue más fácil de lo que pensaron en un primer momento porque solo hizo falta enseñarle un buen filete para que se fuera donde hiciera falta”

¿Cuánto llevaría sin comer carne? posiblemente lo mismo que Gregorio.

A lo largo de los meses, los voluntarios, fueron liberando a Gregorio de aquel síndrome. Limpiaron su casa, le acompañaron al médico y le pusieron un calentador eléctrico de agua, pero sobre todo le proporcionaron lo necesario para la vida que todo ser humano merece: cariño, compañía y finalmente amistad, porque en la Navidad de 2013 Gregorio cenó en casa de Fermín, su voluntario y junto a su familia.

Y el final feliz llegó cuando el presidente de Desarrollo y Asistencia otorgó a Gregorio el carnet de nuevo voluntario para empezar a colaborar en el programa de acompañamiento en domicilio. Hoy Gregorio es un tipo feliz, que se ríe, que sale con sus amigos y que ayuda a otros a través del voluntariado. Un final feliz que ha sido un comienzo en la nueva vida de Gregorio.